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ENTUSIASMO CALERANO | ¿Quiénes crean Arte y producen Cultura en tierras cementeras?

  • Foto del escritor: Rockaliza
    Rockaliza
  • 8 jul 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 12 ago 2020

Por Osvaldo Angel-Godoi


Si hay algo que el confinamiento no ha podido menoscabar en los artistas es el entusiasmo. La autogestión, el esfuerzo grupal y la búsqueda ingeniosa de formas, mecanismos, plataformas y espacios, es inherente al trabajo diario de la gran mayoría de las personas vinculadas a la Cultura y las Artes. En la provincia de Quillota, y específicamente en Calera, la situación no es distinta. Hay una cantidad –ni siquiera sospechada por las autoridades locales– de artistas y gestores haciendo lo suyo, sin más recursos que el entusiasmo puesto al servicio de la propia capacidad y talento, y sin pedir nada a cambio, salvo un poco de atención para convencernos de que existimos (del latín existere: aparecer, emerger, ser). Siempre ha sido así, y quienes ven en nuestro quehacer una pérdida de tiempo, tienen su contraparte en quienes ven nuestro quehacer como una posibilidad de lucrar. La eterna dicotomía entre la descalificación y el aprovechamiento. Así las cosas, me detengo un poco en quienes crean Arte y producen Cultura en tierras cementeras.


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Los artistas locales, sin excepción, desbordan entusiasmo, y “con las puras ganas”, como se dice, día a día enriquecen la memoria local, interpretando, pensando, y sobre todo valorando el contexto, sea incluso para criticarlo, pues somos parte de un modo de vida que experimentamos colectivamente. Cada creación, personal o grupal, es llevada a cabo para impactar a la comunidad; el Arte está ahí para remecer conciencias, y si no lo hace, es acto fallido. El alma de una ciudad necesita de los artistas, pues ellos canalizan las pasiones y sueños de sus pobladores; ninguna institución podrá reemplazarlos. Ahora, si hubiera apoyo desde los organismos públicos al inmenso trabajo que se realiza (sin tener que competir en desventaja), sin duda el impacto social se incrementaría significativamente. No digo que nuestros artistas vayan a tener la misma visibilidad que el “calerano Jadue” en la serie “El Presidente” de Amazon, pero al menos la comunidad se daría por enterada del amplio abanico de posibilidades de entretención y aprendizaje que existe en la comuna, y sin duda participarían en las actividades que se realizan en locales, centros, multiespacios, calles, sedes comunitarias, y que producto de la pandemia se han trasladado a plataformas digitales. También es cierto que hay un porcentaje de artistas que por convicciones personales jamás aceptarán apoyo gubernamental ni municipal, y mucho menos de empresas contaminantes de la zona, que sólo buscan lavar su imagen a través de donaciones y concursos que por ley les permiten rebajar impuestos. De todo hay, y está bien que así sea.

Dentro de los entusiastas, que con o sin apoyo han hecho innumerables aportes a la comuna, quiero referirme al actor y dramaturgo Marco Espíndola. A mi juicio, con la perspectiva que lamentablemente permite su ausencia, uno de los más activos artistas caleranos de las últimas décadas. No está demás decir que actuó, dirigió, adaptó y escribió obras de teatro en una ciudad obrera que supo entusiasmarse con su propuesta. Es sabido el alcance que tuvieron las obras presentadas por la Compañía de Teatro Tespis, que, con una historia digna de ser contada, fue escuela de muchos artistas que ahora se desempeñan no solo en teatro, sino en música, literatura, plástica, etc. A principios del 2000 presencié varias obras de Tespis en la Cámara de Comercio de Calera, que se llenaba de pobladores dispuestos a disfrutar obras como “El jefe de policía”, “Burrocracia” o “La Negra Ester”, dirigidas por Marco Espíndola y actuadas por un grupo de jóvenes aficionados al teatro.


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¿Cómo lograban ese revuelo, esa popularidad, esa calidad en cada función? Mi respuesta es una: El Entusiasmo. El Arte del entusiasmo solo unos pocos logran dominarlo y plasmarlo en hechos concretos. Marco fue uno de ellos, y no me refiero a la persona, que conocí poco, sino al artista, con el que sí compartí, llegando a entablar diálogos en torno a la realidad cultural de Calera, en cómo involucrar, si no a todos, al menos a un gran número de artistas en un movimiento sociocultural de envergadura, con bases sólidas, que no se quedara en efectismos propios de la pirotecnia. De tales conversaciones, siempre me llamaba la atención su entusiasmo por hacer del teatro un vehículo de expresión no sólo a favor de la justicia social, sino una especie de catalizador de las demás artes, principalmente la plástica, la música, y el audiovisual. Fue así como experimentó en murales, en radioteatro e incluso en narrativa, logrando interesantes resultados. En específico, quiero referirme al libro de su autoría “Cuentos bajo la Higuera” (2015), que recoge los libretos radiofónicos “Bajo la higuera” y los traslada a la prosa. El programa radial recuperó un formato casi olvidado, muy popular a mediados del siglo XX, que nuevamente popularizó en complicidad con varias radios de Chile y Colombia, en las voces de actrices y actores de Tespis. Cuando se pone alma en lo que se hace, el entusiasmo contagia tanto al público como a los demás artistas. Así, después de la exitosa experiencia radial, a su proyecto de libro se sumaron un diseñador, un ilustrador, un fotógrafo, dos correctoras, un redactor (que dejó este mundo antes de concluir el trabajo) y un escritor –también historiador y reportero– que conoce profundamente el oficio literario; todos ellos, no hay duda que entusiasmados, se embarcaron en la aventura de dibujar, fotografiar y escribir once leyendas de la zona relacionadas con el diablo, las apariciones fantasmagóricas y sucesos inexplicables. En mi caso, luego de escuchar varias leyendas en una radio local y de leer el libro, el entusiasmo me llegó desde el lado de la pertenencia, pues estas leyendas me hicieron reflexionar en el sentimiento popular calerano, en qué tanto se ha indagado en el patrimonio intangible de nuestra comuna, y, sobre todo, cómo pensamos el imaginario vernáculo desde el presente, cargado de revisionismos de todo tipo. Ese, a mi parecer, es uno de los mayores logros de la publicación de “Cuentos bajo la higuera”. Otro logro, transversal si se quiere, es la convocatoria que genera una idea bien elaborada.

Vivimos en una zona rica en historias y leyendas arraigadas en la cultura popular calerana, que también es una zona donde se crea patrimonio desde el arte. Honestamente, no creo que “Cuentos bajo la higuera” haya logrado una síntesis al respecto, pero sí dejó abierto el camino; el primer paso, fundamental. Dado lo anterior, y sin desconocer que habitamos los antiguos dominios del toqui picunche Michimalonco, no olvido que vivimos en un antiguo villorrio controlado por jesuitas, que en los albores de la república pasó a ser un fundo privado y en la actualidad es un puerto seco que tuvo su esplendor hace setenta años, cuando bullían desde aquí hacia todo el país los trenes de la Empresa de Ferrocarriles del Estado. Desde este mismo lugar, en esta amalgama de historiografías originarias y no tanto, surgen algunas preguntas. ¿Qué es ser un artista calerano? ¿Cómo manifiesta su sentido de pertenencia en lo que hace? ¿Qué hace o qué debe hacer un artista calerano? ¿Tiene deberes el artista? Preguntas que en algún momento habrá que responder, o quizás no sea necesario.

Por el momento, insisto en que los artistas caleranos se caracterizan por el entusiasmo, en el amplio significado que da la RAE a esa palabra, y si hablé de Marco Espíndola y su legado fue para rendirle un pequeño homenaje a un año de su partida. A su vez, hago extensible este homenaje a todos quienes están desarrollando actividades artístico-culturales desde la resistencia en sus trincheras virtuales.

 
 
 

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